sábado, 21 de julio de 2012

Corazón bajo los focos

Estás solo, aunque la habitación sea pequeña y esté ocupada por demasiados extraños. Te sientes solo, pero te da igual. Eso no te importa ahora.

Miras repetidas veces al suelo y al techo, sientes ganas de vomitar y te suda todo el cuerpo.
Oyes a la gente ahí fuera, sabes que hay cientos, miles de personas que no conoces. Miras a tus compañeros, como intentando buscar una respuesta a una pregunta que no es necesaria.

Miras a la puerta, sabes que dentro de poco tendrás que atravesarla y no habrá vuelta atrás una vez lo hayas hecho.

Techo y suelo, una y mil veces más. Y otra, y otra...

Lo has hecho más veces, pero sientes el nerviosismo y el miedo de la primera ocasión, de aquella primera ocasión.

Y entonces te acuerdas.

Viene a tu mente el recuerdo olvidado de una noche que se convirtió en una de las mejores de tu vida. Tú, los focos, y el mundo. Un gran escenario. Y tu rostro, sin miedo aparente, mirando a esas cabezas sin cara, oculta por el contraluz de los fogonazos que emiten las luces del fondo de la sala.

Vuelves a la habitación estrecha, sigues sudando.Como aquella vez. Igual que aquella vez. Sientes que todo podría salir mal, que la humillación y la derrota podrían acabar contigo en ese mismo momento. Que tu vida podría dejar de tener sentido en ese instante.

Igual que aquella vez.

Oyes tu nombre, ha llegado la hora. Sales de la habitación y subes unas escalinatas de hierro hasta aquel gran escenario, tan imponente como lo recordabas. Nada ha cambiado. Nada, excepto tú.

Ya no eres un crío, ahora ya has vivido lo suficiente, y aún te queda por vivir. Pero todo se reduce a lo que hagas aquí y ahora.

Te sitúas en tu puesto, el telón del escenario está echado. Miras el instrumento que tienes enfrente, te parece que es mucho más grande que tú, mucho más complejo de lo habitual. Pillas las baquetas al verlas, las haces girar entre los dedos. Te parecen extrañas, complejas. Tan pesadas como para impedirte tocar bien, tan ligeras como para salir despedidas en el peor momento.

Ya dan la señal, tú no estás preparado. Nunca has estado preparado.

Y entonces te das cuenta.
Jamás estarás preparado. Y eso es lo que te gusta de hacer lo que haces.

De plantar cara a tus miedos con un par de golpes, de reír y llorar, de soñar. De hacer enloquecer a la gente con solo un gesto en el momento oportuno. De que cada latido de tu corazón marque el compás de la siguiente canción.

Y se abre el telón. Tú no estás preparado. Nunca lo has estado. Y lo que es mejor, nunca lo estarás.

Tocas como nunca, y por un momento la vida olvida a la muerte. Y eso te hace feliz, más que ninguna otra cosa en el mundo.

Y cuando terminas, y bajas a la pista desde la que te ha visto tanta gente, un extraño te pregunta por qué haces lo que haces.

Y tú simplemente te das la vuelta, miras al escenario, ese escenario que te mantiene en vilo cada vez que lo ves, que hace que cada poro de tu cuerpo sude adrenalina.

Y tu respuesta sigue siendo la misma. Para sentirte vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario