lunes, 23 de julio de 2012

Sencillo

Sales a la calle un día. No puedes decir que te sientas feliz, pero podrías estar peor, así que lo dejas pasar. Y eso te sorprende, porque a fin de cuentas después de estar toda una vida sufriendo has dejado de sentir ese peso por la espalda.

Andas más ligero, pero no tienes necesidad de apretar el paso, levantas la cabeza un poco, hace tiempo que no ibas con la cabeza alta. Tampoco es que te sientas orgulloso, pero a estas alturas nadie te puede juzgar. Eso de algún modo te tranquiliza. Ya era hora.

Sientes que la calle es más realista que otras veces, no es que lo veas todo de color rosa pero te gusta que no sea todo negro. La gente tiene sus propios problemas, como tú. Pero ya sabes que siempre los vas a tener, y no puedes hacer nada para remediarlo.

Pero eso no es algo por lo que estar triste, es algo por lo que alegrarse porque es una carga menos en tu vida. Un trabajo menos, y te sientes bien.

Has cambiado, se llama madurez, madurez de verdad. Sabes que sea lo que sea lo que estás haciendo lo estás haciendo bien, y eso te gusta. Sí se nota en esa sonrisa que aparece de pasada en tu cara. En ese desliz de las comisuras de tus labios cuando te das cuenta de que no tienes nada de lo que preocuparte.

Sabes que ya está, que es el primer día del resto de tu vida. Sigues caminando, respiras y caminas. Tu mirada se cruza con otra. Una mirada bonita, para variar. Os cruzáis por un momento, te das cuenta que más de lo normal, pero no lo notas. Giras tu cuerpo mientras sigues andando para mantener el contacto cálido con esa mirada, extraña pero atractiva, y de repente ves una sonrisa. ¿Te enamoras? Puede, pero tienes tiempo. Vuelve a aparecer esa sonrisa, ya no hay miedo. A la mierda.

Ya serás feliz algún día, y quién sabe. Puede que hasta seas feliz con alguien, y tengas una vida agradable.

Pero sin prisas perro, aún hay mucho que vivir.

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